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Laos se ha convertido definitivamente en un destino indispensable para los viajeros que, cada vez más, quedan hechizados por el sureste asiático. La cultura, parajes naturales y pasado histórico de este pequeño país, se han convertido en un poderoso imán turístico. EL VIAJERO se adentra en una ruta por los lugares más atractivos de Laos, con el objetivo de disfrutar al máximo del encanto de su verde geografía, recorrida por el omnipresente río Mekong.

La capital de Laos, Vientiane, una pequeña ciudad construida bajo la influencia colonial francesa a orillas del Mekong, es el punto de partida. Se hace indispensable conocer sus wats (templos budistas) como el de Si Saket, el Xieng Khuan o el Wat Ho Phra Keo, este último transformado hoy en un museo religioso. Además hay que visitar el Museo Nacional, donde se encuentra la antigua imagen de Buda, Pra Bang, entre otras herencias culturales de la ciudad.

Cerca de Vientiane se encuentra Vang Vieng. Entre el verde espesor selvático de sus alrededores se pueden realizar diferentes actividades al aire libre como trekking y rafting, o tirarse por una tirolina. Este pequeño pueblo está rodeado de grutas por explorar como Hoi, Xang i Pha Thao. Este grupo de cuevas se encuentra a 13 kilómetros del pueblo, pero no son las únicas. También destaca Tham Hoi con unos 20 kilómetros de túneles naturales, usadas como refugio por los habitantes de la zona durante los bombardeos de la guerra de Vietnam.

Tham Xang es conocida por el gran buda que esconde en su interior, y Tham Thao, incrustada en un cerrado desfiladero, cuenta con varias salas de estalactitas y estalagmitas que conforman uno de los principales reclamos de esta localidad, junto a las cascadas de Kaeng Yui: un espectacular salto de agua con 30 metros de caída.

Otra de las ciudades más turísticas, aunque no demasiado concurrida, es Luang Prabang, situada entre el Mekong y el Nam Kahn. Esta ciudad repleta de antiguos templos, ruinas y hermosos paisajes, acumula múltiples puntos de interés: el Museo Nacional, el Antiguo Palacio Real o el monasterio de Wat Xieng Thong. Pero también las cuevas de Pak Ou, llenas de estatuas de Buda y de esculturas talladas en sus paredes de piedra y las bellas cascadas de Kuang Si, en las que el viajero podrá disfrutar de un refrigerante baño.

Jarros milenarios
A 400 kilómetros de Vientiane se halla la provincia de Xieng Khuag y su peculiar Llanura de los Jarros, una acumulación de magníficos y contundentes cántaros esculpidos en la roca con más de 3000 años de antigüedad. Quizá por ello encontramos en las cercanías la Muong Kham, una fuente termal a la que se atribuyen beneficios curativos. En el cercano pueblo de Hmong, los viajeros pueden además conocer diferentes actividades tradicionales de la zona, y los domingos del llamativo mercado local.

Al sur de la capital, la ciudad de Savannakhet, de gran importancia portuaria y mercantil, cuenta con el Wat Ighang, uno de los centros religiosos más importantes del país. Y en las proximidades se encuentra la también interesante Sala de Exhibiciones de Dinosaurios, en Khanthabuly.

Otro destino imprescindible es Champasack, ya en la frontera con Tailandia y de nuevo a orillas del río Mekong. No hay que perderse espacios como el Wat Amath, que guarda tesoros de la Edad de Piedra, el magnífico complejo de templos Wat Phou, levantados entre los siglos VI y XII, ni las ruinas de Khmer, las más grandes de Laos. Para rematar, hay que mojarse en las aguas del Mekong, y en Si Phan Do (Cuatro mil islas) lo podremos hacer de formas muy activa, pues esta parte del río está repleta de rápidos y cataratas como la de Liphi, en Don Khon, la mayor de las islas.

Para facilitar el periplo de los viajeros por esta extensa zona de Laos, la propuesta se completa con un buen puñado de alojamientos donde descansar entre jornada y jornada.

- Settha Palace (Pang Kham,6. Vientiane): En el corazón de la capital, este gran hotel ha sido decorado hasta el más mínimo detalle para trasladar al viajero a la belle époque de tiempos coloniales. Además, uno de sus restaurantes toma el mismo nombre. Este lujoso centro de descanso acumula comodidades como piscina, jacuzzi o un servicio de limusinas. http://www.setthapalace.com/

- Lao Plaza (Samsenethai Road, 63. Vientiane): El lugar perfecto para relajarse y desconectar ya sea en su centro de salud y su gimnasio que cuentan con jacuzzi, sauna, spa, piscina interior y servicio de masajes. Destaca la extensa variedad de la carta de su restaurante, que abarca desde comida laosiana hasta japonesa, china y francesa. http://www.laoplazahotel.com/

- La Residence Pahou Vao (Luang Prabang): Situado a 4 kilómetros del aeropuerto y a 10 minutos del centro de la ciudad, este hotel ofrece todo tipo de comodidades dentro de un entorno natural espectacular. El lugar perfecto para relajarse, ya sea en su spa o en sus lujosas habitaciones, con vistas al jardín y a la montaña. http://www.residencephouvao.com/web/plua/espanol-hotel-la-residence-phou-vao.jsp

- Maison Souvannaphoum (Rue Chao Fa Ngum, Luang Prabang): Este lujoso hotel en pleno centro de Luang Prabang, cuenta con piscina y un gran restaurant, en el que arriegar con la comida local, o bien darle un descanso al organismo con platos más internacionales. http://www.angsana.com/EN/Properties/Maison-Souvannaphoum

Laos, hasta no hace mucho uno de últimos remansos de paz en Asia y baluarte de la tradición oriental, sucumbe ante las hordas de turistas para transformarse en otro escaparate de una región en desarrollo.

Las oleadas de jóvenes con mochila y la proliferación de albergues y restaurantes están cambiando la fisonomía y atmósfera de la milenaria ciudad de Luang Prabang, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 1995.

Asentada desde hace 700 años en un meandro del río Mekong al norte del país, esta localidad, que dicen salvaguardó el "espíritu" de Laos, alberga más de 30 monasterios budistas y decenas de edificios de estilo colonial construidos durante la ocupación francesa (1880-1954).
Las agencias de viajes han convertido en un reclamo turístico el ritual que cientos de monjes efectúan todas las mañanas cuando recorren las calles para recoger las donaciones de los feligreses, quienes, con su ofrenda, realizan méritos ante Buda.

En las cercanías de un templo, una hilera de solemnes monjes ataviados con túnicas color azafrán son abordados por decenas de flashes de las cámaras que portan turistas, quienes en su afán por una buena instantánea casi provocan que los religiosos caigan de bruces sobre el suelo.
"Los turistas deberían actuar con mayor respeto y tacto cuando presencian la colecta de alimentos, aunque para nosotros tampoco representa un gran agravio", afirma un joven monje, haciendo gala de la santa paciencia budista. Paradójicamente, muchos novicios aprovechan su retiro espiritual para aprender el inglés y, al finalizar su periodo de noviciado, se hacen guías turísticos.

Falta de respeto
A pesar de los carteles repartidos por toda la ciudad en los que aleccionan sobre cómo comportarse, los visitantes extranjeros, en su mayoría mochileros, se empeñan en invadir el espacio de los monjes y hasta se unen de forma insolente al ritual, cometiendo así lo que está considerado una grave falta de respeto por la religión.

Después de tres décadas de aislamiento a causa del conflicto en Indochina y la llamada guerra fría, el régimen comunista de Laos comenzó a abrir su economía al exterior en los años ochenta. Desde entonces, el turismo se ha abierto paso hasta convertirse en una de sus principales fuentes de ingresos.

Laos recibió el año pasado más de 1,5 millones de viajeros, lo que supuso un crecimiento del 9% con relación a 2007, y el sector generó ingresos equivalentes al 34% de su Producto Interior Bruto (PIB).

Luang Prabang, la antigua capital del Reino de Laos, fue visitada en 1995 por varios miles de turistas, pero en la actualidad aloja cada año a más de 300.000 extranjeros, una cifra que triplica la de residentes.

"El problema es que Luang Prabang no es sólo una ciudad con edificios y templos antiguos, sino que debe su carácter a un ritmo de vida especial, ahora amenazado por el turismo", señala Noy Salisaphone, empleado de una agencia de viajes.

Nuevos puestos de trabajo
Pero también los detractores de la masificación del turismo, admiten que este fenómeno ha creado puestos de trabajo y nuevas oportunidades para las minorías étnicas del país, cuyos poblados están incluidos en los itinerarios turísticos.

En las aldeas de las tribus hmong y khamu, próximas a Luang Prabang, los turistas se meten en las sencillas cabañas sin reparar en sus ocupantes que, aparentemente acostumbrados a la intromisión, se desperezan en las hamacas que cuelgan sobre el suelo de tierra. Los niños desgreñados corretean por la aldea, mientras los adultos cumplen sus tareas domésticas demostrando indiferencia hacia los visitantes.

"El Gobierno nos regala arroz a cambio de dos visitas a la semana de extranjeros. No nos importa que vengan a hacernos fotos", aseguró el hmong Chacheng Thor, de 39 años y padre de siete hijos.

El turismo ha llegado a las zonas más remotas de la otrora aislada Laos. En el futuro próximo, venderán pulseras y pañuelos, como hacen otras minorías en las vecinas Vietnam o Tailandia.
Xavier Moret (1952) es autor de A la sombra del baobab : viaje en busca de las raíces de África (Península, 2006).

Hay países que parecen dejados de la mano de Dios y que raramente se asoman a las noticias. Laos podría ser uno de ellos. Ostenta el triste récord de ser el décimo país del mundo en cuanto a pobreza, y su relación con España se reduce a una confusa historia de fuga y detención que tuvo como protagonista al ex director de la Guardia Civil Luis Roldán. Laos, sin embargo, es más, mucho más. Es, por ejemplo, el esplendor de los templos de Luang Prabang, la belleza callada de Vientiane y la soledad de la región de las cuatro mil islas. Laos se merece, sin duda, un viaje de arriba abajo, siempre siguiendo el curso del misterioso río Mekong.

Mi viaje empezó, de hecho, en el norte de Tailandia, concretamente en Chiang Saen, una población regada por las aguas del Mekong en la que los turistas se hacen fotos junto a carteles que indican que están en el Triángulo de Oro, una zona cercana a la frontera con Birmania y Laos marcada por tráficos y peligros de todo tipo. Desde allí es fácil llegar hasta Chiang Khong en un pick up adaptado para el transporte público en el que vas enlatado como una sardina y dando botes como un canguro.

HUAY XAI
Una vez en Chiang Khong, lo único que tienes que hacer es cruzar el río y registrarte en el puesto fronterizo de Huay Xai, ya en el lado laosiano. Eso sí, es prudente llegar antes de las cuatro y media; de lo contrario, el oficial al mando te advertirá de que pasada esta hora tienes que pagar una multa por retraso. Confieso que a mí me tocó pagar la multa, aunque el montante es tan sólo de un dólar.

Una vez en Huay Xai, lo único que hay que hacer es apalabrar un barco que te lleve al día siguiente hacia Luang Prabang y elegir una de las múltiples pensiones que buscan hacer el agosto con los turistas ávidos de Mekong. El resto es fácil: basta con sentarse en una terraza junto al río, pedir una cerveza (Beerlao es la marca local) y contemplar cómo, tras la puesta de sol, la oscuridad se apodera tanto del lado tailandés como del laosiano y convierte el río en un espejo mortecino.

Laos es un país marcado por el Mekong, el río que durante 820 kilómetros marca la frontera con Tailandia. Después de su azaroso curso desde las montañas del Tíbet, donde nace, y por territorio de China, el río es navegable en buena parte de Laos, lo que le convierte en una excelente vía de comunicación y en un no menos apreciado fertilizador de las tierras que atraviesa.

PAK BENG
El muelle de Huay Xai, del que parten los barcos que descienden en dos días hasta Luang Prabang, registra a primera hora una actividad frenética, con grupos de mochileros ávidos de aventura, montones de cajas de cervezas vacías que viajan hacia el sur para ser cambiadas por botellas llenas y una multitud local cargada con paquetes de todo tipo. Antes de partir, una mujer coloca unas flores y unas barritas de incienso en un jarrón dispuesto en la proa de la embarcación y reza unas oraciones para que la travesía discurra sin problemas. Que así sea.

El Mekong se muestra desde el primer momento como un río ancho y caudaloso, con un paisaje compuesto por una suave sucesión de colinas, algunas curvas y unos pocos rápidos. Hay escasas aldeas en esta primera parte del viaje, aunque de vez en cuando surge un grupo de pescadores que lanzan sus redes, o una lancha rápida, con turistas equipados con casco y chaleco salvavidas, que apuesta por la velocidad por encima de todo. Al atardecer, cuando se encienden las luces a ambos lados del río, se comprueba el diferente nivel de vida de la orilla tailandesa, mucho más iluminada que la laosiana.

La primera noche, el barco se detiene en Pak Beng, un pueblo cuyo único mérito es el de estar a medio camino de Luang Prabang. Al día siguiente, la travesía continúa hacia Luang Prabang por un río cada vez más ancho y más poblado. Las aldeas, formadas por casas de madera sobre pilotes, menudean cada vez más, así como los pescadores y el tráfico de barcazas. Antes de llegar a la gran ciudad, la cueva de los siete mil budas, situada en la orilla derecha del río, se ofrece como una tentación misteriosa.

LUANG PRABANG
La llegada a Luang Prabang, situada en el punto donde el Mekong se une con el río Nam Khan, es un momento mágico. El esplendor del lugar, que surge como una aparición, se intuye por las cúpulas de las estupas que asoman por encima de las palmeras y por los tejados de los palacios y de las casas coloniales. Hay que ir a Luang Prabang, sin duda una ciudad con encanto y muy bien conservada que se abrió al turismo en 1989. Vale la pena, a pesar de los demasiados turistas y a pesar de los demasiados vendedores. La subida a la colina de Phu Si permite contemplar la situación privilegiada de la ciudad, en la confluencia de dos ríos y marcada por las montañas que la rodean y por una vegetación exuberante.

Deambular entre los templos, por el mercado o por sus callejones es una sensación única, realzada a primera hora por la procesión de los monjes que recorren la ciudad en busca de limosnas, casi siempre en forma de arroz. El desfile de las túnicas naranjas es un maravilloso contraste con la luz apagada del alba y con la belleza barroca de algunos templos.
Luang Prabang es un buen lugar para detenerse unos cuantos días, pero al final se impone la certeza de que el viaje debe continuar, siempre hacia el sur, aunque esta vez en autobús. Las primeras horas del recorrido son un ejercicio de paciencia a través de una zona montañosa poblada hace años por bandidos, pero al cabo de nueve horas de viaje surge la contundencia de la populosa capital del país.

VIENTIANE
Esta ciudad no tiene aparentemente nada, pero es uno de esos destinos especiales en los que uno se siente a gusto de inmediato. Los monumentos son escasos, pero la amabilidad de las gentes, la viveza del mercado, la noche movida, las reducidas dimensiones y la disponibilidad de los tuk tuks (triciclos habilitados como taxis) hacen que todo resulte fácil en Vientiane. Además tiene el Mekong, ese río fiel que se ensancha a su paso por la ciudad y que exhibe en su orilla numerosos bares y restaurantes. Una cena junto al Mekong es algo obligado, y barato, en Vientiane.
Mientras se saborea una Beerlao en un chiringuito cualquiera, uno puede entretenerse con los juegos de luz del crepúsculo o con la contemplación de unos esforzados ciudadanos que se someten a la clase colectiva de aeróbic o a un masaje regenerador.

Savannakhet, población apacible, situada quinientos kilómetros al sur de Vientiane (unas ocho horas en autobús), cuenta con unos cuantos hoteles que parecen surgidos de otra época y con el siempre fiel Mekong, que cada vez se hace más ancho en su ruta hacia el sur. Aquí hay pocos turistas y un ritmo de vida agradable, con gente acogedora y pensiones como la Samayung Khun Guest House, en la que se puede acabar el día cantando canciones melancólicas junto con la joven pareja que regenta el hotel.

LAS 4.000 ISLAS
Hacia el sur, Paksé queda a unas cinco horas en autobús, aunque llega un momento en que las distancias dejan de importar. Al fin y al cabo, uno se distrae observando a los cargados compañeros de viaje, o el monje silencioso que se sienta en el asiento contiguo, o los vendedores que ofrecen todo tipo de comida en cada una de las paradas. Todo fluye a buen ritmo, como el Mekong. Aunque Paksé no sea una ciudad muy interesante, no hay que preocuparse: 130 kilómetros más al sur, a dos horas de viaje, está Don Khong, un pueblo en una isla que es un excelente punto de partida para explorar la región de las cuatro mil islas. Aquí el Mekong, la madre de todas las aguas, se bifurca en mil brazos y crea un paraíso compuesto de numerosas islas y de cascadas de gran belleza. Los delfines del río, una curiosa especie protegida, asoman sus lomos de vez en cuando para contentar a los turistas, mientras todo se cubre de una enorme calma.

Un poco más al sur, a menos de una hora en tuk tuk, está la frontera con Camboya, que el Mekong atraviesa con indiferencia, rumbo a Phnom Penh, la capital del país. Mucho más allá llegará a Vietnam, donde desembocará en el mar después de formar un ancho delta. Pero ése ya es otro viaje.
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GUÍA PRÁCTICA
Datos básicos- Población: unos seis millones de habitantes.- Superficie: 236.800 kilómetros cuadrados.- Prefijo telefónico: 00 856.Cómo llegar- La mayorista Nobeltours (www.nobeltours.com) ofrece un paquete llamado Paisajes de Laos: 11 días siguiendo el curso del Mekong. Visitas y estancia en Luang Prabang, Vientiane y la zona de las 4.000 islas. A partir de 1.799 euros por persona. El precio incluye billetes, alojamiento con pensión completa, traslados y guía de habla castellana. Catai Tours (www.catai.es) ofrece un paquete, Triángulo de Oro y países del Mekong, que incluye Tailandia y, en Laos, visitas a Vientiane, Luang Prabang y Pak Ou. Entre 12 y 15 días, a partir de 1841 euros por persona. El precio incluye billetes, alojamiento con desayuno, traslados y guía.- www.visit-laos.com.

Naturaleza bien conservada y ciudades ricas en templos budistas y arquitectura colonial son sus principales atractivos. Pero también las cuevas, los jarrones megalíticos y el legado de los jemeres.

Ni playas exóticas, ni monumentos famosos, ni actividad nocturna. Ni, por ahora, hordas de ruidosos turistas. ¿Puede prescindir de todo eso? Entonces quizá le interese conocer Laos, país de verdes colinas brumosas que parecen sacadas de una pintura china, en el que los edificios coloniales franceses compiten en finura con los templos budistas.

Con Vietnam incorporado a las rutas de los grandes operadores turísticos, y Camboya a punto de ser invadida por éstos, la llamada Tierra del Millón de Elefantes es el último gran secreto del sureste asiático. A causa de la guerra de Indochina, y del aislamiento del régimen comunista posterior, ha vivido de espaldas al desarrollo hasta hace bien poco. Lo que ha tenido un lado negativo -la mayoría de la población es pobre-, pero también uno positivo: la naturaleza es de las mejor conservadas del planeta, y pueblos y ciudades no han sido arrasados por la fiebre del ladrillo.

La implantación de la economía de mercado desde 1989 y la apertura al turismo en la actual década no han transformado en exceso los hábitos de los laosianos, pueblo reposado donde los haya. Salvo por los cibercafés, hoteles y tiendas que lentamente han ido surgiendo en los lugares más visitados por extranjeros, ir a Laos es poner un pie fuera del siglo XXI, en un lugar donde la gente no grita, los autobuses tardan nueve horas en trayectos de 150 kilómetros y las gallinas picotean por las ciudades.

Luang Prabang
Declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco, la antigua capital del país es la ciudad mejor conservada de todo el sureste asiático. Entre sus atractivos destacan un emplazamiento entre montañas selváticas y el río Mekong, una arquitectura colonial casi intacta y 32 maravillosos templos budistas capaces de agotar al más devoto.

En Luang Prabang se respira un ambiente de paz: las aglomeraciones y los atascos no existen, palmeras y otras plantas crecen por doquier, y el paisaje humano de monjes budistas y niños yendo a la escuela raya en lo idílico. Ahora bien, la ciudad posee suficiente vida como para no resultar aburrida. La oferta de hoteles con encanto y restaurantes de comida lao, china o francesa es amplia y de calidad; las tiendas de sedas, antigüedades y artesanía atraen al más alérgico a las compras. Los mercados callejeros, sobre todo el nocturno, prueban que los laosianos son tranquilos, pero resueltos. Además de regatear, en medio de su efervescencia comercial se puede cenar por menos de un euro, y tan bien como en un restaurante. Las sopas resultan deliciosas, y los rollitos primavera, una exquisitez. Entre los templos, el Wat Xieng Thong, de 1560, es posiblemente el más bonito de Laos.

Vang Vieng
El viaje en autobús entre Luang Prabang y Vientiane puede ser toda una experiencia, pero mejor hacerlo en dos tramos parando en Vang Vieng. Punto de encuentro de mochileros de Europa y Australia, lo mejor de este pueblo es su espectacular situación a orillas del río, y su ambiente relajado, que mezcla de forma un tanto extraña lo rural y lo internacional.

Tampoco carecen de atractivo las numerosas cuevas de los alrededores. La más cercana, Tham Jang, está semidestruida por una insensata remodelación que la ha llenado de focos y suelos de cemento, pero quedan otras menos maltratadas para las que es fácil contratar excursiones baratas en el centro del pueblo. Vang Vieng es un imán para espeleólogos y escaladores, pero también para los aficionados al opio, la droga más popular de Laos. Bastantes extranjeros han sido detenidos, multados y expulsados del país por consumir esta sustancia, por lo que cualquier incursión en este terreno puede resultar peligrosa.

Vientiane
La capital de Laos es para muchos viajeros el primer contacto con el país, y no es extraño que más de uno quiera salir corriendo. Salvo para apasionados de la arquitectura soviética en su versión tercermundista, las calles de Vientiane le inspirarán todo el gris aburrimiento de un plan quinquenal. Sin embargo, merece la pena dedicarle al menos un día por dos motivos: es lo más parecido en Laos a una gran ciudad en cuanto a tiendas, bares y restaurantes, y allí se enclavan dos templos interesantes, Pha That Luang y Wat Si Saket.

La Llanura de los Cántaros
El misterio rodea esta enorme llanura, sobre la que se encuentran desperdigados unos 300 cántaros o jarrones megalíticos de entre 1 y 2,5 metros de alto y hasta 600 toneladas de peso. Se cree que tienen unos 2.000 años de antigüedad y que sirvieron como urnas funerarias. Sin embargo, la piedra con la que están hechos no proviene de los alrededores, y los objetos que se encontraron carecen de relación alguna con otras culturas antiguas de Indochina.

La zona posee además cierto interés histórico-bélico, pues aún conserva vestigios de los bombardeos de la guerra. Una cuarta parte de las bombas arrojadas por los estadounidenses sobre Laos en los años setenta cayeron aquí. En total, medio millón de toneladas, a razón de 300 kilos por habitante.

Wat Phu y la meseta Bolaven
Si se dispone de tiempo, una escapada al sur permite descubrir dos pequeños tesoros de Laos. Wat Phu son las ruinas de la cultura jemer mejor conservadas fuera de Angkor (Camboya); si bien carecen de la grandiosidad de éstas, producen la misma sensación de encontrarse dentro de una película de Indiana Jones. En las inmensas plantaciones de la meseta Bolaven se produce uno de los mejores cafés del mundo. Es un lugar muy agradable, donde se mezclan distintos grupos étnicos, y que se puede recorrer en excursiones en elefante desde el pueblo de Tat Lo.
El país del millón de elefantes o el reino de las sombrillas blancas es tan antiguo y pequeño como armonioso y aislado por su naturaleza de abruptas montañas y junglas. Laos, el más enigmático y desconocido de los tres Estados que forman Indochina, ha encontrado finalmente la paz después de 300 años de guerras. Es un país que despierta, aprisionado entre Tailandia y Camboya, sin acceso al mar. Hasta hace poco ha sido uno de los trozos más olvidados de Asia. Las ciudades no son abigarradas, todo lo contrario: sobra espacio, y sus habitantes dan la impresión de hallarse en perpetua holganza.

Exceptuando Vientiane y Luang Prabang, las provincias restantes se consideran áreas problemáticas. El riesgo de viajar por carretera incluye a los rebeldes hmong y a bandidos, la mayoría de los cuales pertenecen al desmantelado ejército del general Van Pao's o a la banda de Chao Fa. El Gobierno no permite que la prensa informe de los ataques, así que no hay datos para saber cuánta gente ha caído. Así las cosas, nos decidimos a viajar en avión. Lao Aviation funciona de maravilla; en pocos lugares nos hubieran recogido a mi amiga Ana y a mí a pie de escalerilla al llegar a Vientiane, para que no perdiésemos el vuelo a Bangkok (sólo teníamos 10 minutos y ya nos habíamos resignado a perderlo).

'La bella durmiente del bosque', como bautizó Manu Leguineche a Luang Prabang, ofrece un encanto al que pocos lugares en Asia se le pueden comparar. Como dice una amiga muy acertadamente, 'Luang Prabang es, en nuestro siglo de las ciencias exactas, de los beneficios rápidos y de la victoria del dinero, el refugio de los últimos soñadores, de los últimos románticos y de los últimos trovadores'. Doy fe. En pocos lugares del mundo te puedes alojar en el hotel de una princesa: el Villa Santi, regentado por la princesa Manilai y su esposo.

En Laos hay una serie de imprescindibles. Una ventanilla en el avión para admirar la llegada a Luang Prabang. El templo de Wat Xieng Tong. Masaje y sauna de hierbas tradicionales. Circuito a pie por Luang Prabang, declarada por la Unesco patrimonio de la humanidad. El increíble sonido de tambores y timbales que de 16.00 a 16.30 tocan los monjes en la torre del tambor. Cataratas de Kuangsi y las tribus a orillas del Mekong. Cuevas de Pak Ou, llenas de todos los estilos y tamaños. Budda Park. Mercado de la plata. La enigmática Llanura de las Jarras, el mayor yacimiento arqueológico del siglo V, pero también una zona sembrada de minas antipersona.

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